Mi madre se llamó Corazón. Nació en Acatzingo, Puebla. Únicamente cursó hasta segundo año de primaria. Durante su adolescencia emigró de su hogar materno ya huérfana de padre. La sociedad patriarcal dominante asignaba a las mujeres prácticamente la única de posibilidad de casarse y tener hijos. Buscó trabajo asalariado primero en la capital del Estado donde nació y luego en Laredo, Texas. Fue obrera en una fábrica de dulces en forma de canica. Las manos le quedaban muy lastimadas por el calor de esos dulces. En las conversaciones que sostuve con ella se refería a “las corretizas” que tenía que soportar en su empleo. Era el acoso que tuvo que sortear en su juventud. Cuando conoció a mi padre se trasladaron a Monterrey donde habría de nacer su primer hijo, mi hermano Carlos. Poco tiempo después emigraron al Distrito Federal. Ahí consolidaron a nuestra familia.

 

Sin preparación educativa formal supo ella organizar toda una economía doméstica para sacar adelante a nuestra familia. En un terreno de mil metros con tres grandes cuartos de adobe que mi padre compró con un préstamo del ISSSTE sobrevivimos. Para incrementar los gastos familiares criábamos y vendíamos patos, puercos, conejos, gansos, pájaros, gallinas, guajolotes y gallos. Cada uno de los siete hermanos que fuimos teníamos asignadas, conforme a nuestra edad, diversas tareas cotidianas. Además nos tocaban ciertas actividades domésticas: lavar, barrer, planchar, hacer café, ir al mercado, comprar el pan, lavar los trastes y tender las camas. Todo lo organizaba mi madre además de la supervisión de las tareas escolares.

Era una mujer con amplias facultades de mando, capacidad ejecutiva, disposición al trabajo, intuición comercial y tenacidad. Fue enérgica, organizada y muy trabajadora. Tenía talento e inteligencia. Todavía a sus casi cien años, pocos meses antes de morir, seguía leyendo la revista Proceso y se mantenía en términos generales informada acerca del acontecer nacional.

Imagino que si hubiera tenido la oportunidad de estudiar y de contar con opciones laborales bien retribuidas sin duda la prosperidad la hubiera acompañado durante su longeva existencia. Pero la sociedad patriarcal le asignó un papel tradicional como lo hace con la inmensa mayoría de mujeres de su condición socioeconómica.

Actualmente en diversos estratos las condiciones para las mujeres han cambiado positivamente en lo general pero subsisten también viejas prácticas discriminatorias, formas de abuso y violencia. Las oportunidades para ellas se han ampliado ostensiblemente. Hace poco más de cincuenta años consiguieron su derecho al voto, su acceso a la educación se ha extendido, las normas jurídicas cada vez más les posibilitan la equidad en diversos cargos de representación legislativa o gubernamental.

La posibilidad de interrumpir legalmente el embarazo existe aunque limitadamente. La sociedad ha avanzado en el combate al lenguaje y las conductas sexistas. También es creciente la persecución a las bandas dedicadas a la trata de personas. Las leyes para castigar la violación también han mejorado de manera significativa pero todo esto dista de ser satisfactorio. Existen todavía, por ejemplo, prácticas nefastas de violencia intrafamiliar y de asesinatos en contra de mujeres.

Mi madre creció y vivió en un ambiente machista que tuvo que soportar con la fortaleza de su carácter y su disposición a enfrentar y resolver los problemas. Sin perspectiva de género, ni soporte teórico o intelectual alguno, podría decirse que de manera intuitiva fue imponiendo en la familia su visión con base a su personalidad dominante.

Con el tiempo fueron evolucionando hábitos y costumbres antes poco aceptadas y que paulatinamente se consideraron anacrónicas. Las madres solteras eran vistas con desprecio y a sus hijos se les marcaba con el estigma de “naturales” como si los demás fuesen artificiales. Incluso a los niños sin padre únicamente se les permitía tener un apellido.

Con el paso del tiempo las condiciones han ido cambiando. La lucha de las mujeres por sus derechos ha avanzado. Pero hace falta que la izquierda partícipe de la Cuarta Transformación en su conjunto se asuma feminista. Es absurdo que la derecha golpista y los grupos ultra radicales de tendencias violentas ganen ese espacio por los titubeos, indefiniciones o confusión de algunos de los dirigentes de la izquierda mexicana.

El cambio de régimen también supone la determinación de aprobar la interrupción legal del embarazo de manera segura en todo el país, como sucede desde hace ya varios años en la Ciudad de México, así como el combate a la violencia sexista y a la misoginia. El buen vivir también supone un mundo sin violencia hacia las mujeres. Es nuestro deber, acorde a nuestras convicciones participar en estas causas justas.

Se debe legislar a nivel federal para adicionar a la Ley General de Salud el derecho que deben tener todas las mujeres para interrumpir legalmente su embarazo antes de las doce semanas de gestación y también para exista la obligación por parte de la Secretaría de Salud para garantizarle al género femenino los servicios médicos reproductivos y de salud sexual.

En las entidades federativas donde las fuerzas progresistas tienen mayoría en los Congresos Locales no debe haber justificación para que la ley consagre el derecho de las mujeres a poder decidir sobre su cuerpo. Ha sido sin embargo, una concesión a los sectores conservadores lo que lo ha impedido y subsiste un complejo marco jurídico que en los hechos hace nugatoria esa aspiración con la únicas excepciones de la Ciudad de México y de Oaxaca.

Tomando como bandera la causa feminista algunos sectores de la ultraderecha y la ultraizquierda que se oponen al proyecto de la Cuarta Transformación urden provocaciones violentas quizá con el anhelo de que la izquierda, actualmente en el gobierno, las reprima para así poder pronunciar una narrativa que las auto victimice.

El reto de la Cuarta Transformación en este rubro consiste en declararse abiertamente feminista y actuar de manera congruente con ello. También saber diferenciar entre los reclamos de las víctimas y de sus familiares al tiempo que las provocaciones de los auto llamados contingentes negros y los fanáticos alucinados de discurso violento, racista y de in tolerancia.

En el contexto de la actual polarización política no debemos olvidar que es legítima la lucha feminista. Dejemos atrás la resistencia a mencionar los temas por su nombre. En este tópico no caben las ambigüedades. Recordemos que la sociedad patriarcal a través del lenguaje propicia su existencia y predominio.

Es necesaria la unidad de las mujeres y hombres con visión feminista. Cesen ya las confrontaciones físicas y verbales entre mujeres. Tampoco procede dar paso a la conspiración del silencio por razones de cálculo político o temor a una determinada reacción religiosa. La pandemia del coronavirus vino a agudizar algunos de los problemas que padece la sociedad y que son motivo de indignación. Debemos sumar más y más voces que se pronuncien en contra de la muerte violenta dolosa de mujeres y de la desaparición forzada de ellas. Que no vayan temerariamente solas las madres de las mujeres desaparecidas a buscarlas en las fosas clandestinas. Se requiere acompañamiento y cobertura para que cese su dolor producto de la ausencia y la incertidumbre.

La cultura de paz que promovemos supone oponernos a las violaciones, a la trata de personas, a las golpizas y a la discriminación laboral. Reclamemos las mismas oportunidades educativas, el acceso a una vida digna con salud, vivienda y empleos bien remunerados. También debemos evitar los embarazos no deseados, procurar el respeto a todo ser humano, sin acoso, abusos ni explotación. No podemos negar que ha venido creciendo el número de feminicidios en diversas regiones del país. Esa tendencia debe detenerse. Es necesaria un gran labor de concientización en la sociedad para evitar la violencia de género incluida claro está la intrafamiliar.

A la violencia provocadora de las conductas ultras hay que vencerlas políticamente convocando al diálogo, probando los intereses políticos ocultos y señalando a quienes lucran con las víctimas, transparentando los fines ilegítimos de quienes patrocinan y financian a los grupos de personas infiltradas que en lugar de razones enderezan martillos amenazantes, sin abusos policiales ni actitudes represivas y conformando una extensa red ciudadana que esté anclada en convicciones a favor de la equidad y empática con los reclamos e justicia. Eso implica incrementar la sensibilidad social acerca de esta grave problemática.

Otra vertiente tiene que ver con algunos de los periodistas y articulistas contrarios al gobierno de López Obrador que durante los últimos meses se han convertido en voceros de las inconformidades de sectores feministas, convalidando los destrozos propiciados por integrantes del llamado Bloque Negro o por extraños grupos embozados al interior de diversas instituciones educativas. Sin dejar de mencionar que algunas de las personas que opinan al respecto han sido congruentes durante mucho tiempo también es de señalarse que existe de parte de otros actores pretendidamente moldeadores de la opinión pública una conducta oportunista con argumentos insinceros y contradictorios y también con algunas atávicas prácticas machistas.

¿La pandemia ha propiciado que algunas prácticas nocivas en contra de las mujeres se incrementen?

Los datos proporcionados por diversas instancias gubernamentales así parecen confirmarlo. Ello está anclado en la estructura social basada en privilegios y que reproduce la desigualdad en función de una jerarquización social supuestamente natural.

La sororidad debe ser algo más que un neologismo, una palabra nueva en el idioma. La solidaridad entre las mujeres es una cuestión que debe fomentarse en todos los ámbitos, no importa que éstas sean policías o manifestantes. Los agravios sufridos por las mujeres no deben ser bandera para agraviar a otras mujeres. Hay que entender la indignación, el sufrimiento, el hastío de mujeres que han padecido y siguen padeciendo todo tipo de injusticias, pero por eso mismo que la legitimidad de una causa no sea deteriorada por prácticas cuestionables destructivas que enrarecen el ambiente en torno a movilizaciones que pueden y deben ser vistas con empatía y esto es válido también en lo relacionado con el combate a la impunidad con la que con frecuencia la estructura inhumana y corrompida del poder judicial encubre a los presuntos responsables de actos presumiblemente constitutivos de hechos punibles contemplados en las disposiciones penales correspondientes.

Una parte fundamental a considerar en el futuro inmediato debe ser la representación paritaria entre hombres y mujeres tanto en las nuevas instancias legislativas que habrán de integrarse durante el año 2021 así como de todas la estructuras gubernamentales y municipales correspondientes.

En el número 514 de la revista Nexos Martha Nussbaum publicó un ensayo titulado La debilidad de las furias. En él analiza algunas cuestiones filosóficas vinculadas al feminismo.

Señala que la pandemia interrumpió lo que a nivel global era una insólita y cada vez más visible polémica acerca de las aspiraciones igualitarias y justicieras para el género femenino. Se está debatiendo acerca de la perversidad violenta versus sentimientos nobles. Ante hechos abominables se consideran los trastornos de la personalidad traumatizada de las víctimas directas y colaterales, las marcas que dejan las acciones de personas con mente retorcidas, los deseos de justicia mezclados con los de venganza, la angustia y el sufrimiento del cual adolecen las personas que han sufrido los golpes de la inmundicia moral.

Por nuestra parte añadimos que el carácter de los seres que son capaces de rebelarse ante atrocidades provoca indignación y estallidos de ira colectiva cuando se presenta la ocasión para ello, se trata de una furia incubada durante un largo tiempo de enojo. Los temperamentos estallan ante la denegación de la justicia. El aislamiento y la falta de solidaridad comunitaria puede ocasionar la obsesión vengadora.

Lo que debe privar es la regeneración de la sociedad dirigida hacia un estado de bienestar y de prosperidad, al tiempo que se trace la búsqueda de las causas de la mala conducta y del deterioro de la convivencia. La reparación del daño profundo implica también la restauración de la confianza para poder acceder a una vida plena cimentada en grandes virtudes.

En una sociedad guiada por los principios del Buen Vivir se deben cuidar los valores de la amistad, el respeto a la integridad de todas las personas, el acceso a una vida digna, la promoción de comportamientos humanistas con principios morales sólidos y fortaleza de carácter que evite, aún en momentos críticos, la prevalencia de sombrías acciones degradantes

Las tragedias que padecen muchas mujeres no son producto de la mala suerte. La abominación patriarcal engendra dominaciones opresivas, desastres familiares, frustraciones personales, relaciones tóxicas, crímenes ocultados y complicidades inconfesables. En muchas comunidades subsisten los abusos y las malas costumbres, eufemísticamente llamadas comunidades regidas por los usos y las costumbres. No son pocas las arbitrariedades en algunas poblaciones indígenas que se cometen en agravio de mujeres de todas las edades.

La ideología de la dominación hace suponer a los oprimidos que su condición es por causa natural o divina. Se vive conforme a un supuesto destino congénito. Cada quien tiene lo que merece. Quienes se rebelan ante esos designios deben afrontar las consecuencias de su irreverencia. Lo que el sistema promueve es el conformismo, la introversión y la docilidad para aceptar las condiciones sociales existentes. Se trata de la coartada del sometimiento.

Por el contrario, la felicidad y el acceso a una vida plena supone consolidar la autodeterminación personal, el reconocimiento de los demás, la consideración de la dignidad, el respeto a las decisiones, la preservación de la autoestima con mente libre, actitud crítica, soberanía en el cuerpo y las determinaciones amorosas. La educación debe promover voluntades que sepan ser independientes.

El machismo exige sujeción, mansedumbre, renuncia a las aspiraciones legítimas, asignación de tareas consideradas secundarias y un estereotipo de sexualidad dominada. La subordinación es producto de la desigualdad de oportunidades desde la familia y la escuela. El mito de la superioridad masculina basada en su fuerza y código genético incuba en muchas mujeres la lógica de la adaptabilidad secundaria para poder cumplir el rol que asigna la incultura de la discriminación.

Los sistemas opresivos también justifican su existencia en superioridades ficticias. De los blancos sobre los negros, de los europeos sobre los pueblos indígenas o de los hombre sobre las mujeres. Se construye una juridicidad que preserva esa ficción y permite que se reproduzca durante mucho tiempo. El racismo redivivo por ejemplo subsiste, aunque la ley diga lo contrario, pero se practica consciente o inconscientemente durante la vida cotidiana, en el lenguaje y el menosprecio de lo que se considera inferior.

El predominio de lo masculino es en la mayoría de los casos causante de infelicidad, propiciador de graves daños emocionales y autoinculpación de las dominadas. Hay una racionalización patriarcal que culpa a las mujeres de las inequidades que padecen. Es también fuente de la crueldad prejuiciosa tanto en la intimidad, en las tareas domésticas y en el mercado laboral. El sexismo y el acoso cosifica a las mujeres y las trata de convertir en dóciles y sumisas, en objetos para el disfrute y la satisfacción varonil.

La contracultura feminista implica combatir las falsedades en que se cimenta el patriarcado, los pilares de la sociedad injusta, las causas de los dolorosos sucesos de violencia en contra de las mujeres, la discriminación sexista y el masoquismo femenino que impide la superación personal. Esta es una batalla que incluye a hombres y mujeres que hemos adquirido conciencia de la naturaleza de la opresión patriarcal que no puede deshacerse fácilmente pues se trata de una práctica milenaria.

El respeto por uno mismo, el establecimiento de relaciones de confianza, la realización personal, el disfrute de lo que se hace, la convivencia solidaria, el cultivo de las virtudes de la equidad son parte de la resistencia feminista que incluye también escuchar y valorar los testimonios de daño moral y físico de las víctimas de la sistemática exclusión.

La lealtad política a la Cuarta Transformación no debe implicar la ausencia de crítica a lo que es una contradicción en el seno del proyecto liberador. La derecha es por definición partidaria de la prevalencia de un sistema patriarcal opresivo. Por eso es absurdo que la izquierda le ceda el espacio público a las concepciones retrógradas que hipócritamente simulan oponerse a los feminicidios pues el supuesto apoyo de los conservadores en su esencia conlleva el veneno de la injusticia. La Nueva Esperanza por el Buen Vivir es abiertamente feminista y la Cuarta Transformación también debe serlo para el cambio del sistema económico, político y social.

Las protestas vigorosas no deben caer en la provocación con fines inconfesables, las demandas deben ser acordes al proceso de la transformación social, los contingentes iracundos con frecuencia debilitan en los hechos a las causas justas que dicen enarbolar. Nuestro mensaje debe estar dirigido a la comunidad para hacerla partícipe de nuestras convicciones y anhelos.

Nuestra revisión del pasado injusto y del presente insatisfactorio deben abrir paso a una apuesta feminista cargada de futuro. Nuestra propuesta no es un deseo de venganza, ni la exacerbación del odio. Se trata de una superación positiva estimulante y liberadora.

El feminismo radical no es ultra izquierdista. Es el que va a la raíz del problema. El daño infringido a millones de mujeres durante muchas generaciones ha sido un agobio de la personalidad y en más de un sentido es irreparable. Pero no tiene que ser eterno. La perpetuidad de una injusticia original. Es preciso canalizar la energía social inconforme hacia el progreso social construyendo una estructura organizativa sana que no sea punitiva ni anide sentimientos de venganza violenta. El dolor propio no se mitiga causando un dolor equivalente al transgresor. Los sistemas jurídicos dominantes imponen penas que implican una noción de justicia. Pero no se basa en una máxima distorsionada : “dolor con dolor se paga” . Esa manera de pensar y actuar nos llevaría a una espiral de castigos severos recíprocos interminables. Una cadena de revanchas primitivas.

Es necesaria una renovación de las concepciones y prácticas sociales. La república amorosa implica nuevas concepciones y una vida sin violencia. El tema también alude al entorno más cercano de cada uno de nosotros. Se trata de revisar lo que fue la vida de las mujeres de nuestro pasado, de cómo es la del presente y cómo deseamos que lo sea en el futuro.

Mi universo femenino familiar pasado se reduce a mi madre y a dos hermanas hijas de mi padre producto de su primer matrimonio. Mis hermanas desde muy jóvenes emigraron de la tutela paterna, se casaron y formaron su familia. Se anclaron en la clase media y se consagraron principalmente su descendencia. Mi madre vivió rodeada de varones. Fuimos siete hijos. Deseó tener la posibilidad de criar a una hija pero eso no fue posible. Ese deseo insatisfecho de alguna manera lo consumó con sus nietas.

A pesar de sus múltiples virtudes a mi madre le correspondió, socialmente hablando, un papel subordinado. Sin embargo con la ayuda insustituible de mi padre sacó adelante a nuestra familia. La mantuvo unida, nos ayudó a través de la educación y del trabajo a salir de la pobreza. Puedo decir que en el ámbito de sus posibilidades hizo lo que pudo y al final, casi al cumplir sus cien años, pudo vivir felizmente la suma de múltiples realizaciones. Claro está que su vida pudo haber sido mejor pero eso ya no fue posible cambiarlo. 

En el presente todos deseamos que las mujeres de nuestro entorno social y familiar no sean tocadas por las calamidades de la actual descomposición social. Que vivan en paz y puedan lograr sus objetivos. Que los preceptos conservadores que todavía existen en la sociedad no las restrinja ni les impida el logro de sus objetivos. Pero falta todavía alcanzar los patrones de una vida plena de realizaciones.

En el futuro la fórmula es simple de expresar. Deseamos la felicidad de las mujeres y de los hombres acordes con el tipo de familia que deseen tener. Anhelamos una sociedad donde prevalezca la equidad y que cada persona pueda optar por lo que su determinación y deseos le indique. Que cada quien pueda acceder a las oportunidades educativas y desarrollar sus aptitudes y talentos. Con una sexualidad ejercida responsable y plena. Una estructura social que valore a la maternidad libre y voluntaria, a la paternidad responsable y sensible y donde nuestros descendientes sean guiados y respetados en sus determinaciones sin ningún tipo de abusos ni imposiciones. Para allá vamos, está por venir el Buen Vivir. Esa es nuestra esperanza

 

 

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